Pensamientos que surgen y se desvanecen,
emociones que los aliñan y los establecen.
La coctelera llamada mente,
se deja agitar por el camarero
llamado ego, bailando al son
de la melodía del apego.
La mezcla se sirve caliente,
o fria, al gusto del cliente,
tambien llamado ego.
Sonidos, olores, gustos,visiones,
sensaciones; los ladrillos de la
percepción al servicio del constructor
de la fantástica imaginaria realidad.
Y luego la inevitable resaca del
embriagador cóctel, que nos
hace cometer todo tipo de actos,
con sus inevitables consecuencias.
Como alcohólicos que saben que beber
les perjudica, pero que no pueden dejarlo,
ya que el hábito es superior a sus fuerzas.
Así somos nosotros, practicantes esporádicos,
recayendo continuamente en el mal vicio
de identificarnos con un ego impermanente
al que consideramos permanente.
Mientras sigamos degustando
el cóctel de la ignorancia,
confeccionado mezclando apego
con cualquier otro zumo dual,
la rueda seguirá girando,
y nosotros, sufriendo.
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