martes, 2 de diciembre de 2008

Piramide: La esfinge


Jeff y yo llegamos del Valle de los reyes a Giza, haciendo autoestop,
en un camion tipo pegaso, con un conductor simpatico que nos
mostró un pistolon que tenía en la guantera, mientras esbozaba una
sonrisa bajo su gran mostacho. Le pagamos aunque no quería, y
nos dejó cerca de nuestro objetivo: La gran Piramide.

Jeff era un Judío americano, al que conocí en Abu Symbel, y con el
cual recorrí una buena parte de egipto. Era un joven californiano,
de aspecto surfero, y que consideraba que Dios le apreciaba mucho,
ya que su vida sexual había sido muy satisfactoria.
Estaba estudiando arquitectura, y hacía bocetos de todos los
templos que visitamos, que fueron muchos.

Era ya el atardecer, y no sabíamos donde escondernos hasta poder
hacer nuestra excursion nocturna. Cruzando una calle apareció un
egipcio pequeñito y con barba, gritando ¡Isa!,¡ Isa!. Por lo que me
dijo, yo le recordaba a Jesus. En aquel entonces yo llevaba barba de
tres meses, y utilizaba una tranca como la de Moisés. Alé, que era el
nombre del egipcio, nos invitó a su casa, muy cerca de las piramides.
Su padre era guia turístico, y Alé era lo que hoy llamaríamos un
islamista.

Cada mañana se levantaba temprano y hacía sus oraciones. Ademas
era instructor de karate de un grupo de jovenes de su barrio.
Su padre y su hermano mayor, que tambien era guia turístico,
no estaban muy contentos con su mas que probable fanatismo
religioso. Esto lo deduje porque pasamos unos cuatro dias en su
casa, y cuando volví de Israel pasé otros tres dias en su casa.
Yo creí ver en el a la reencarnacion de Saladino. Era noble, pero
como yo en ese tiempo, muy fanatico. Su dios era Alá, y el mio
el dios de los cristianos. Si el y yo nos entendimos,
tambien lo pudieron hacer los templarios y los Assassins en los
tiempos de las cruzadas. Nuestra nobleza y honestidad eran mas
fuertes que nuestro fanatismo, que era colosal, pero no suficiente
para enemistarnos.

Antes de pasar la noche en lo alto de la gran piramide, Jeff y yo
decidimos visitar la esfinge. Recuerdo que había unos andamios
que nos permitieron subir con facilidad hasta su lomo, y allí pudimos
contemplar el espectáculo de luces y música que tenía a la esfinge
como centro, y los espectadores que estaban pagando por esta sesion
no pudieron descubrir nuestra oculta presencia.

Cuando estabamos en el lomo de la esfinge, Jeff se fumó un porro,
y se quedó muy relajado. Yo, por el contrario, estuve alerta
por si se caía o nos descubrían los que nos miraban sin vernos.

En esos tiempos aun no había probado la marihuana, y no
tenía muy buen concepto de los fumetas ni conocía sus efectos,
por lo que no le quitaba ojo a Jeff, por si acaso.

Despues de la esfinge, subimos a la piramide de Kefren,
la que está completa, para tomar vistas, ya que nos
habían dicho que había guardias armados y con perros
acechando a los intrepidos turistas que osaban acercarse
a la piramide para la ASCENSION. Era cierto.

Decidimos aproximarnos por la cara mas oscura,
escondiendonos en las mastabas, y acercarnos poco
a poco. Recuerdo que nos separamos. Se oían los perros
aullando, y yo me quede quieto, casi sin respirar.

Luego oí a Jeff que me decía que saliera, y por un momento
dudé, pero ya que eramos un equipo, prevaleció el
compañerismo. Regateando un poco, nos dejaron
subir por 16 dolares cada uno (año 92).

Luego la ascension se convirtió en una competición,
para ver quien llegaba antes a la cima. No resulta
nada fácil subir en zig zag por unos bloques de casi
un metro de alto, pero con la adrenalina a tope
se suben casi sin notarlo. Solo al llegar a la cima
se nota el cansancio.

Una vez arriba, saqué la manta de la mochila,
y contemplé el Cairo, y las ESTRELLAS.

Una sensacion inolvidable, en la que no pude
pegar ojo en toda la noche.

Luego contemplamos la salida del sol desde la cumbre:
un espectáculo magnifico. Yo llevaba un libro de Aldo
Lavagnini (Magister)en la mano,en el que se veía el sol
y la piramide. Lo había comprado en Perú, antes de
llegar a egipto, durante mi periplo sudamericano en
busca del Jaguar.

Hice tambien un pequeño ritual, grabando
mi nombre en un bloque que era como
el libro de visitas de la piramide, y depositando
una piedra que me había traido de Tell el Amarna,
la ciudad del faraon herético Akhenaton, que
algunos piensan que tuvo algo que ver con Moisés.

Y luego el descenso, relajados, sin prisas.

Llegamos abajo mientras otros ya subían,
y el guardia del camello gritando, y nosotros
riendo, mirandonos con la complicidad de los
que saben que han conseguido algo especial,
que nunca olvidaran, y que les ha convertido
en compañeros de armas. Cuando se tienen
veinticinco años, aventuras como esta saben
igual que tirarse en paracaidas.

Esta fue la primera vez que dormí arriba.
La segunda fui solo, despues de volver de
Israel, y esta vez ni me pillaron, ni competí
con nadie, y la Piramide se hizo mi amiga.

Pero esto lo contaré otro dia.

1 comentario:

juanra dijo...

Desde que me contaste la historia, tenia ganas de volver a escucharla.

No la habia leido antes, muy autentica la aventura.

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