Ascender al Pedraforca nevado ha supuesto
otra experiencia especial. Cuando hace unos
dos años subí por primera vez, vino a parar
a mis manos un calendario con una foto
de esta bonita montaña cubierta de nieve.
En esos momentos, pensé que probablemente
nunca llegaría a subir en invierno, ya que lo
veía muy difícil.
Este pasado fin de semana culminé con éxito
la ascensión, y ahora el calendario con la
bonita foto cuelga de la pared de mi dormitorio,
cual trofeo de un safari africano.
Sé que en gran parte es un motivo de autosatisfacción
egoica, ya que mi ego montañero dispone de un trofeo
más en su colección de logros.
Pero también sé que hay algo más que sólo ego:
se trata de la culminación de una etapa de
aprendizaje en la que la montaña ha sido
el soporte de este proceso de aprendizaje.
Ha sido la primera vez en que durante la noche
previa han aparecido temores que me han desvelado,
temores profundos que han aflorado con la simple
idea de la ascensión a esta bella montaña.
El riesgo de alud era de 3 en una escala de cinco,
y el no tener a nadie delante ha hecho que todo
el rato estuviera muy atento a las señales de
posibles desprendimientos.
Al llegar a la cumbre he podido disfrutar de una
media hora en completa soledad para poder
gozar de las magníficas vistas, y he esperado un
poco más para que los que venían detrás y que
subían por otra ruta me pudieran hacer una foto.
Durante la bajada me he encontrado con otros
que subían y que tenían la dificultad de andar
sobre una nieve ya pastosa y no helada como
la de la mañana. Esas son las ventajas de salir
temprano.
Espero que este nuevo ciclo que empieza
pueda ser de provecho para mi y para todos,
y que otros temores ocultos en lo profundo
de la mente puedan seguir aflorando,
para ser afrontados y superados.