A veces, cuando voy a la montaña, si hay algo que
atrae mi atención, como piedras, ramas u otros
objetos, lo meto en la mochila y me lo llevo a casa.
Lo considero un regalo de la montaña,
un premio al esfuerzo realizado y al
aprendizaje que aun queda por hacer.
Hace unas semanas me llevé un hueso
cuando estuve en el Ventolau, en el pirineo
leridano. A lo mejor fue porque al llegar a
la cima había uno en el mojón de la cumbre,
y al bajar encontré otro y lo recogí.
Creo que es de cabra montesa, aunque ese
día en concreto no vi a ninguna. Por no ver,
no vi a nadie, ni a esos pajarracos que a
veces revolotean cerca de las cumbres.
Estuve más sólo que la una:
yo, la montaña, el sol y la luna.
Este hueso lo había dejado dentro
de las mismas bolsas de plástico en
que lo envolví el día que lo encontré,
y lo puse en la escalera que lleva a
mi cueva de meditación (el altillo).
Hoy me he fijado en él, y creo que
en los próximos días va a convertirse
en el objeto de meditación.
Yo podría ser catalogado como una
cabra dominguera, es decir, que sólo
va a la montaña los domingos.
A decir verdad, muchas veces, cuando
veo las cabras montesas brincar,
me dan envidia porque a mi me
gustaría ser capaz de desplazarme
por la montaña con la facilidad y velocidad
con que lo hacen ellas. Qué gozo supondría
poder abrir camino en cualquier parte, sin
tener que conformarme con seguir las
"autopistas" asignadas a los domingueros
como yo.
Las vacas y los caballos no me atraen,
pero las cabras siento que son de "mi" especie,
aunque yo estoy menos evolucionado que ellas
en lo que a la adaptación a la montaña se refiere.
Si tengo que renacer como animal alguna vez,
que sea como cabra montesa, la verdadera
amiga de la alta montaña.
También me parece que en lo que al sistema
mahamudra se refiere, aún no he llegado al
hueso; me sigo moviendo por la carne.
Habrá que esforzarse un poco más
para algun día llegar al tuétano de
la montaña de la mente.
De momento, la montaña me ha
regalado un hueso.